miércoles, 17 de marzo de 2021

El Afilador (cuento)

 

Mientras se iba afeitando como un acto tan rutinario como comer o dormir, por más que iba concentrándose en cortar sus barbas, no pudo evitar que su pensamiento se traslade hacia el pasado; a aquellos tiempos en que disfrutaba con todo lo referido a afilar. Todo lo que concernía a dicho acto, lo deleitaba y lo hacía feliz. Cómo no recordar, que, desde el colegio, gozaba afilando sus lápices. E incluso se ganaba alguito, afilándole las puntas de los lápices de aquellos compañeros que no habían traído sus respectivos tajadores. Del mismo modo, se “bañaba” de fruiciones, afilando las púas de sus trompos, los mismos que rajaban y/o se incrustaban en los trompos rivales. Y siguió pasando el tiempo. A propósito que su padre, que dicho sea de paso conjuntamente con él conformaban una familia muy humilde, se dedicaba a caminar por las calles de una pequeña ciudad, buscando clientes para afilarles los cuchillos, o lo que sea que se necesite afilar. Había buenos días, en que regresaban contentos, y celebraban comiéndose un buen cebiche, que disfrutaba con la familia. Su madre vendía hierbas. Toda clase de productos naturistas; por tal era lo equivalente a una farmacia, pero en este caso sería medicina alternativa. Y también tenía una hermana, que al principio ayudaba a su mamá con la tiendita naturista; pero que luego conjuntamente con una amiga inauguraron un puesto de libros y revistas de segunda mano.

         Su pensamiento nuevamente volvió al presente, y recordó aquel duelo que tenía pendiente contra su enemigo, llamado Perjurio, el cual había deshonrado la pureza de su hermana, Selene; pero ahí no había quedado el agravio. El susodicho enemigo, también había ofendido a su padre, Candelario, llamándolo “afilacuchoide jubilado”; y como si no habría sido suficiente también se metió con su madre, Celestina, tildándola de “bruja vendedora de hierbamalas”. Era la hora del destino, y se encontraba Perjurio frente a frente con “Loco chaveta” (así lo llamaron desde chiquito). Luego de volver su pensamiento a aquellos tiempos en que afilaba las hachas a los leñadores, volvió en sí, y se lanzó contra su enemigo. La contienda se hacía cada vez más brava. Primero las ropas fueron rasgadas, pero luego les tocó el turno a las pieles de los dos émulos. La sangre de ambos empezó a brotar y brotar. Y como suele pasar, siempre hay un vencedor y un vencido. Esta vez “Loco chaveta” triunfó, y se dio el gusto de ver el cadáver de su enemigo tirado en el suelo, y vio la sangre que brotaba y brotaba. Sin embargo, cuando pensaba que estaba todo consumado, fue detenido por romper con las normas establecidas en dicha ciudad. Por cual, fue condenado a la pena que le correspondía. Y unos segundos antes que se ejecutara su pena, observó a sus familiares y les pidió que incineraran su cuerpo. Cuando en eso (como si se cumpliera la ley del talión o su karma) cayó la guillotina, cercenando su cabeza. Fue muy llorado por familiares y amigos. Y cumplieron su última voluntad. Esparciendo las cenizas de su cuerpo hacia el mar. Sin embargo, como no detalló qué harían con su cabeza. La familia, luego de tres largos días, tomaron la decisión de hacerle taxidermia e inauguraron un exitoso negocio de restaurante cebichero, al que pusieron de nombre “Loco chaveta”. Colocando su cabeza disecada en la entrada, y aunque parezca mentira, muchos de sus clientes afirman que aquella cabeza se mueve, que los observa con los ojos, y peor aún que hubo una vez que escupió un gargajo a un cliente que habló mal de su recuerdo, es decir, que habló mal del susodicho “Loco chaveta”.

 

Esgrimista

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