Mientras se iba afeitando como un
acto tan rutinario como comer o dormir, por más que iba concentrándose en
cortar sus barbas, no pudo evitar que su pensamiento se traslade hacia el
pasado; a aquellos tiempos en que disfrutaba con todo lo referido a afilar.
Todo lo que concernía a dicho acto, lo deleitaba y lo hacía feliz. Cómo no
recordar, que, desde el colegio, gozaba afilando sus lápices. E incluso se ganaba
alguito, afilándole las puntas de los lápices de aquellos compañeros que no
habían traído sus respectivos tajadores. Del mismo modo, se “bañaba” de fruiciones,
afilando las púas de sus trompos, los mismos que rajaban y/o se incrustaban en
los trompos rivales. Y siguió pasando el tiempo. A propósito que su padre, que
dicho sea de paso conjuntamente con él conformaban una familia muy humilde, se
dedicaba a caminar por las calles de una pequeña ciudad, buscando clientes para
afilarles los cuchillos, o lo que sea que se necesite afilar. Había buenos
días, en que regresaban contentos, y celebraban comiéndose un buen cebiche, que
disfrutaba con la familia. Su madre vendía hierbas. Toda clase de productos
naturistas; por tal era lo equivalente a una farmacia, pero en este caso sería
medicina alternativa. Y también tenía una hermana, que al principio ayudaba a
su mamá con la tiendita naturista; pero que luego conjuntamente con una amiga
inauguraron un puesto de libros y revistas de segunda mano.
Su
pensamiento nuevamente volvió al presente, y recordó aquel duelo que tenía
pendiente contra su enemigo, llamado Perjurio, el cual había deshonrado la
pureza de su hermana, Selene; pero ahí no había quedado el agravio. El
susodicho enemigo, también había ofendido a su padre, Candelario, llamándolo “afilacuchoide
jubilado”; y como si no habría sido suficiente también se metió con su madre,
Celestina, tildándola de “bruja vendedora de hierbamalas”. Era la hora del
destino, y se encontraba Perjurio frente a frente con “Loco chaveta” (así lo
llamaron desde chiquito). Luego de volver su pensamiento a aquellos tiempos en
que afilaba las hachas a los leñadores, volvió en sí, y se lanzó contra su
enemigo. La contienda se hacía cada vez más brava. Primero las ropas fueron
rasgadas, pero luego les tocó el turno a las pieles de los dos émulos. La
sangre de ambos empezó a brotar y brotar. Y como suele pasar, siempre hay un vencedor
y un vencido. Esta vez “Loco chaveta” triunfó, y se dio el gusto de ver el cadáver
de su enemigo tirado en el suelo, y vio la sangre que brotaba y brotaba. Sin
embargo, cuando pensaba que estaba todo consumado, fue detenido por romper con
las normas establecidas en dicha ciudad. Por cual, fue condenado a la pena que
le correspondía. Y unos segundos antes que se ejecutara su pena, observó a sus
familiares y les pidió que incineraran su cuerpo. Cuando en eso (como si se
cumpliera la ley del talión o su karma) cayó la guillotina, cercenando su
cabeza. Fue muy llorado por familiares y amigos. Y cumplieron su última
voluntad. Esparciendo las cenizas de su cuerpo hacia el mar. Sin embargo, como
no detalló qué harían con su cabeza. La familia, luego de tres largos días,
tomaron la decisión de hacerle taxidermia e inauguraron un exitoso negocio de
restaurante cebichero, al que pusieron de nombre “Loco chaveta”. Colocando su
cabeza disecada en la entrada, y aunque parezca mentira, muchos de sus clientes
afirman que aquella cabeza se mueve, que los observa con los ojos, y peor aún
que hubo una vez que escupió un gargajo a un cliente que habló mal de su
recuerdo, es decir, que habló mal del susodicho “Loco chaveta”.
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