Brighit Cornejo
Bajo sábanas me encontraba al despertar en la mañana. Eran casi las 9 am, cuando el televisor se prendió, el cuerpo me pedía que volviera a la cama, pero yo debía comer algo, pues me sentía muy débil y el dolor de cabeza que poseía se hacia cada ves mucho más intenso. Panes y leche; muy furiosa y desganadamente me dispuse a comer, no había café y eso me deprimía. Volví a la cama, no pude calcular las horas que dormí, pero cuando desperté el almuerzo ya estaba listo, no tenía mucha hambre, pero debía comer, pues ya saben lo que dicen: Enfermo que come, no muere.
Me sentía tan cansada, tan adolorida, tan escupida por la vida. Ahora solo necesitaba 3 cosas: sopa de pollo, amor y una persona bondadosa que se ofreciera a ser mi enfermera. Caí en la cuenta de que me había resfriado en un mal día, un día en el que todo el mundo sale a divertirse, un día en el que estaba planeado realizar un importantísimo trabajo. Maldito resfriado, decía en mis adentros. Con la nariz totalmente tupida, y un rostro demacrado semejante al de un zombi, me quedé dormida.
Caía la tarde, desperté. Un recorrido raudo: de la cama al baño, del baño a la cocina, de la cocina la cama. Me quedé dormida otra ves. Empecé a soñar, era extraño estar consiente de aquello, después de tanto tiempo....podía permitírmelo. Era de noche, hacia frió y llovía mucho. Estaba yo caminando muy despacio, con un paraguas y un sombrero muy elegante, por un rato pensé que no era yo, una mujer muy elegante y muy hermosa, pero aquel caminar y aquellas expresiones, me había sacado de dudas.
Era yo. Caminaba con ligereza, despacio, como para no mojarse, caminaba entre calles y veredas, entre el pasto y la acera. Cuando me vi entrar a un cuarto de luces amarillas, al rato salí de aquel lugar pero ahora llevaba un niño en las manos, un bebé en vuelto en cobijas de colores rosado y melón.
Mientras caminaba, con el paraguas y el bebé en brazos, un hombre se acercaba por detrás de mí, no tenía un buen aspecto, estaba vestido de negro y tenía la expresión de querer poseer algo, cuando de pronto sacó de su bolsillo un arma, me golpeó en la cabeza y en brazos cargó al niño y se echó a correr. Quedé tendida allí sangrando, bajo la lluvia, donde la torre Eiffel me daba la espalda. Las estrellas ya no brillaban más. Quede inconsciente. Desperté. Era hora de cenar ya que como saben, enfermo que come no muere.
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