Karla Velásquez
Los días fueron tísicos y abruptos, se reproducían violentamente sobre una niña que aun remojaba los pies en leche por la noche y se ponía algodón en la boca para que no sangraran los labios cuando vinieran esos vampiros en sus sueños y se la bebieran toda.
No tenía miedo. El sol sale aunque no se le llame -se repetía- y así seguía, comiéndose los días y tarareando el sonido del mar por las mañanas.
La noche fue perenne mientras dormía y ya no fue por verse al espejo envuelta de demonios y manos que rozaban y dejaban llagas en su corazón, la herida era distinta pero muy parecidas a todas, todo lo que es bueno, duele.
Y le miró, sus ojos medio idos por el reflejo de las luces. No le preguntó su nombre, ya lo sabía, desde hace mas de esta sola vida. Le tomó del hombro y la sujeto por un rato, lo que hacía no era a lo que estaba acostumbrada.
Cosas nuevas que deben saber bien -pensaba- mientras la estrechez entre sus cuerpos le causaba escozor en los pies y trataba de disimularlo, pensando que quizás si le arrancaba un beso no se daría cuenta. La embriaguez de sus sentidos podría disimularlo.
-Ya sabía que era así pero se siente diferente si tienes la mirada sobre mí, aunque este de espaldas.
-¿Tan obvia soy?
-Tienes las mejillas hechas color diablo. ¿Sabes qué día es hoy?
-Uhm. Yo cuento la vida por horas.
No dijo mas, sabía que hoy era ya mañana. Y se quedó semidormida sobre su hombro y haciendo planes de los días sin soles e inmóviles.
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