domingo, 23 de enero de 2011

La enseñanza de quedarse en blanco tanto tiempo


Karla Velásquez 


Las pequeñas casualidades te llevan a pensar en grandes desenlaces.

Esa es la descripción de un absurdo -se repetía Mederick  mientras miraba cómo las manchas de mostaza sobre su camisa formaban la inicial de aquella mujer que esperaba y no había llegado  al autoservicio-. Hace 2 años que venía retrasada, solo que a él aún no le parecía tanto.

Recordó que la última vez que lo dejó fue en ese lugar.

 Era el sitio idóneo, asientos colocados uno frente a otro, como cuando sabes que tendrás una conversación importante y necesitas poder mirarle los ojos  -así aprendemos a comunicarnos- pensó; interpretando el lenguaje corporal y olvidándose poco a poco las palabras. El movimiento nervioso de las piernas de él y su imparable desvió de mirada hacia su reloj le decían solo dos cosas: deseaba irse o quiere que esto dure eternamente.

-Creo que ya deberías ir a casa. Te veo muy cansada.
-Trabajé como loca toda la semana, aunque...
-Si, deberías entonces ya descansar.
-Si tú lo dices. Sabes, has cambiado.
-No, yo siempre soy así, solo que ahora no me importas.

Entonces solo así ella pudo recordar brevemente cómo y por qué Mederick le escribió aquello en un boleto de autobús; estaban en una heladería, preguntándole si debería cortarse más el cabello; estupideces que hablas cuando no sabes cómo empezar a decir cosas importantes.

Solo eso se quedó en su mente, porque simplemente solo se acordaba de aquel encuentro en la heladería y de cómo silbaba: She so cool.

Solo después de 2 años que volvió a desempolvar la misma cartera azul de aquella noche, en ella encontró aquel boleto escrito que le regaló, solo aquella ridiculez que hostigaba tenía que ser de él.

“Para imaginarte triste, recurro a la nostalgia de la cosas olvidadas. Aquellas que le cambias de nombre porque la memoria no te da ni para averiguar cómo tiernamente las nombrabas”.

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