Miguel María Grau Seminario: "El caballero de los mares"
La zozobra era dantesca entre los pescadores, quienes a través de sus ancestros en forma de tradición oral habían oído sobre su existencia. Sin embargo, nunca lo habían visto y tan solo sus abuelos de algunos tuvieron la oportunidad de verlo en todo su esplendor. Ante las aguas del imponente mar de Grau tenían la inexplicable sospecha que pronto, muy pronto, aparecerían sus monstruosas criaturas. Y eso no los dejaba trabajar tranquilos, ni siquiera en las playas, los bañistas y surfistas podían suspirar la paz, a sabiendas que dentro de las profundidades, donde sólo deberían brotar cardúmenes y plancton, el rey de los siete mares un día entraría en escena.
Los peruanos que vivían cerca al litoral en toda la costa, eran los más preocupados que viniera Poseidón, el cual según les habían contado tenía el dominio absoluto sobre las aguas, los océanos, los ríos, y hasta de los charcos. Por su parte, los marineros, temerosos que de pronto aparezca solicitaban quedarse en tierra firme. Es decir, que le temían más que a los tiburones blancos, y aunque jamás lo habían visto, se rumoreaba que en esos días de verano se manifestaría en alguna forma. Dicho y hecho, justo cuando nadie lo imaginaba. Cuando en las playas había una profusa asistencia de bañistas, surfistas, pescadores y navegantes. Justo en el límite de las 200 millas marinas, en forma paralela y sincronizada emergieron orcas gigantescas, enormes tsunamis y el mismo Poseidón transformado en coloso de piedra. Ni bien vieron la luz del sol, se acercaban peligrosamente a las costas del ahora vulnerable mar de Grau. Tan solo un marinero que descansaba escéptico de las habladurías de sus compañeros, al echar un vistazo al horizonte pudo ver el gran movimiento talásico, además a los mastodontes marinos como puntos blancos con negro y al gigante rey de los mares.
-¡¡¡Peligro, peligro….peliiiiiigrooooo!!! –gritaba desesperado señalando con una mano hacia la tragedia y con la otra tenía agarrado el telescopio.
Al principio nadie le hacía caso, pero ante la persistencia de los tremendos gritos, empezaron a comprender la inminente desgracia que se les venía a toda velocidad. Otro de los marineros en la cabina de control alertaba sobre simultáneos tsunamis que podrían sumergir todos los puertos de la costa e inundar varios kilómetros de tierra adentro.
-¡¡¡Alerta, alerta….se aproximan tsunamis a la costa!!!....¡¡¡Evacuen el área….repito….evacuen las playas!!! –vociferaba el marinero desesperadamente, mientras crecía el pánico en aquel barco y en general en todas las embarcaciones.
En tres minutos todos los bañistas estaban alarmados. En siete minutos toda la costa estaba informada. En diez minutos era el tema general del mundo. Los almirantes, capitanes y jefes de las embarcaciones dieron la orden de retornar a puerto. Y de otro lado, cada vez estaban más cerca las orcas gigantes, impulsadas por los tsunamis y dirigidos por el mismo Poseidón, quien saboreaba cada segundo de terror de los peruanos. Gracias a la información dada a la Marina, en todos los litorales se evacuó a la población hacia tierras altas. Sin embargo, quedaban los más valientes a proteger los puertos, y en las costas levantaban una muralla para contrarrestar las gigantescas olas que ya estaban por llegar. Solo un milagro los salvaría de la muerte. Y fue un milagro lo que se presentó ante sus ojos. Sucedió que en medio de una gran niebla que se había generalizado en todo el litoral, aparecieron decenas de barcos de guerra del tamaño de portaviones. Y en cada barco había marinos legendarios comandados por un Miguel Grau. Así como lo leen. Con su uniforme de almirante y su barba característica. Dirigiendo en cada barco a sus tripulantes, quienes seguían las instrucciones del rejuvenecido hombre de mar.
-¡¡¡Preparen los cañones!!!.....¡¡¡Fueeeeegooooo!!! –gritaba cada Grau con un fervor patriótico muy parecido a sus días de vida.
Y los cañonazos empezaron a hacer blanco en las orcas gigantes, en los tsunamis y en el mismo Poseidón. Se oía el ensordecedor ruido de los cañones, lanzando velozmente los disparos, que cortaban la atmósfera y la neblina a su paso. Y aquellos marinos gritaban ferozmente porque estaban derrotando a Poseidón. Sin embargo, el rey de los océanos no se dejaría vencer fácilmente. Así que se transformó en un pulpo gigantesco y con el impulso de los tsunamis se aproximó a la costa chalaca y empezó a zarandear y golpear con sus tentáculos a los barcos de guerra como si fueran juguetes de tina. Y al ver ese espectáculo el ejército de Graus se congregó casi como volando y convergieron en un solo cuerpo, que formaron un gran coloso súper Grau. Y de héroe pasó a superhéroe, y al ver a Poseidón convertido en pulpo gigante, él se transformó en un tiburón dantesco y asesino. Se aproximó a toda prisa hacia su enemigo y lo devoró de tres mordiscos. Parecía que súper Grau había estado con hambre. Y hasta eructó los gases intestinales, y de entre esos eructos brotó una nube que se elevaba hacia el firmamento. Era Poseidón derrotado, quien no tuvo más remedio que huir humillado, molesto y un tanto admirado ante el poder de su adversario. Y como despidiéndose de los peruanos retomó nuevamente la forma humana de gigante y levantó el pulgar con la mano derecha, en señal de triunfo. Ante este gesto los marinos y hombres de mar laureaban su nombre:
-¡¡¡Súper Grau!!!, ¡¡¡súper Grau!!!....¡¡¡súper Grau!!! –vitoreaban alegres y satisfechos por los resultados y por el espectáculo único que vieron sus ojos.
Y así el mar que lleva su nombre ahora ya está fuera de peligro. Así como Grau hizo honor a su imagen como héroe, así nuestros demás héroes de la historia están esperando su turno, y más aún que nosotros también nos volvamos héroes día a día con nuestras buenas acciones, en pro del ecosistema y de la misma raza humana.
Juan Mujica / Fictocronías (2010)